La cueva de Lascaux
La cueva de Lascaux es un sistema de cuevas en Dordoña (Francia) en donde se han descubierto significativas muestras del arte rupestre y paleolítico.
La cueva fue descubierta el 12 de septiembre de 1940
por cuatro adolescentes: Marcel Ravidat, Jacques Marsal, Georges Agnel,
y Simon Coencas, acompañados del perro de Marcel: Robot. El acceso
público se facilitó tras la Segunda Guerra Mundial. Hacia 1955, el dióxido de carbono producido por los 1200 visitantes que la cueva recibía al día dañó la misma visiblemente.
En mayo de 1940, cuando los alemanes invadieron Francia a comienzos de
la segunda guerra mundial, un profesor ya sexagenario se sumó a la
oleada de parisinos que huían hacia el sur del país. Se llamaba Henri Breuil, aunque se lo conocía como abate Breuil por su condición de clérigo, y era la mayor autoridad en arte paleolítico de la época, el
hombre que había explorado y calcado prácticamente todo el arte
parietal que, desde el descubrimiento de Altamira en 1879, se había ido
hallando en España y Francia.
Breuil abandonó París en un coche alquilado. Con
él iban sus documentos científicos y una selección de sus colecciones
de cráneos humanos fósiles, arte mueble y huesos grabados del
Instituto de Paleontología Humana y el Museo del Hombre, donde
trabajaba. Se instaló en la población de Brive-la-Gaillarde, en casa de
un antiguo compañero de seminario, Jean Bouyssonie. Fue allí donde, el
21 de septiembre de 1940, un maestro retirado, Léon Laval, alcanzó a
remitirle un mensaje: en su pueblo, Montignac, a unos 25 kilómetros de
Brive, había aparecido una cueva con pinturas prehistóricas. Se llamaba Lascaux.
La cueva fue cerrada al público en 1963,
para así preservar el arte. Después del cierre, las pinturas fueron
restauradas a su estado original y actualmente se está realizando un
seguimiento diario.
El tesoro escondido
El
nombre de la cueva procedía de una familia noble, los Labrousse de
Lascaux, a la que perteneció un castillo abandonado situado cerca de
Montignac. Junto al castillo había una cueva envuelta en leyendas
locales. Se decía que durante la Revolución Francesa un
sacerdote de la familia se había refugiado en ella y que la entrada
había sido tapada para ocultar un tesoro; en realidad, el
supuesto sellado quizá se debió a un corrimiento de tierras. Hasta se
escuchaban misteriosos sonidos procedentes de su interior. Cuando, hacia
1920, un abeto fue derribado por una tormenta, sus raíces volcadas hicieron que quedara despejada la entrada a la gruta, pero los ganaderos de la zona la cubrieron para evitar riesgos al ganado, pues un burro desapareció en sus entrañas.
El 8 de septiembre de 1940, Marcel Ravidat, un adolescente de 17 años, y su perro Robot decidieron ir en busca del tesoro de la cueva de Lascaux.
Tras mucho rondar, al final de la tarde fue el perro quien dio con un
hoyo de un metro de diámetro por metro y medio de profundidad, oculto
entre los matorrales. El perro se puso a escarbar en el fondo y logró
abrir un orificio. Marcel arrojó piedras por el agujero y el sonido delató un hueco profundo. La noche se cernía ya sobre Lascaux y había que aplazar la exploración.
Cuatro días más tarde, Marcel volvió con tres amigos de su edad. Con un largo cuchillo de fabricación casera trabajó durante una hora para abrir un orificio por el que se introdujo de cabeza.
Una vez dentro se puso a reptar con los codos, iluminando el camino con
una lámpara que había fabricado él mismo (era aprendiz en un taller
mecánico): una bomba de aceite de un coche con una mecha de algodón.
Transcurridos seis metros cayó pozo abajo, rodando sobre nódulos de
sílex. La lámpara se apagó, pero pudo recuperarla entre magulladuras y
animó a sus amigos a entrar.
Lo primero que encontraron en el
camino fue el esqueleto del burro desaparecido. Pero esto no fue todo.
Los jóvenes avanzaron unos cuarenta metros hasta llegar a una galería
estrecha. Cuando levantaron la lámpara quedaron atónitos: todo el techo estaba tapizado con pinturas de caballos y toros.
Tras explorar la cueva durante dos días, los jóvenes convinieron en hablar con Léon Laval, el maestro jubilado. Al
principio, Laval pensó que era una broma. Conducido al lugar, se
resistió a entrar por aquel hueco, hasta que una aldeana de setenta años
le dio ejemplo. Una vez dentro, Laval comprendió que era un hallazgo
extraordinario y se apresuró a avisar a Breuil. Un chico, Maurice Thaon,
llevó el mensaje al abate, junto con unos croquis y calcos que él mismo
había trazado. Vivamente interesado, Breuil se trasladó de
inmediato a Montignac. Pasó en la cueva prácticamente los tres meses
siguientes estudiando las pinturas.
Joya del arte paleolítico
Las primeras conclusiones de Breuil no se hicieron esperar. Para él, las pinturas eran del período auriñaciense (que se extiende entre 38.000 y 30.000 años atrás), y en un artículo de 1941 afirmó que Lascaux, "la Altamira francesa", "iguala como valor y como arte al de la caverna cantábrica, y, además, la explica, al modo en que un precursor puede explicar la obra de generaciones posteriores".Los materiales asociados a Lascaux son magdalenienses y datan de hace 17.000 o 18.600 añosPero Breuil se equivocaba en parte: los materiales asociados a la ocupación de Lascaux, aunque anteriores a los bisontes de Altamira, pintados hace entre 15.000 y 12.000 años, son magdalenienses, no auriñacienses, y se datan hace 17.000 o 18.600 años, según el análisis de una varilla de asta de reno. Se ha descubierto que en Altamira se pintaba hace más de 35.600 años, precisamente durante el auriñaciense, y que en El Castillo (Puente Viesgo, Cantabria) hay signos con más de 40.800 años.
A partir de Henri Breuil, muchos estudiosos han analizado la riquísima decoración rupestre de Lascaux. Las cifras son apabullantes. En los ochenta metros de longitud de la cueva se han catalogado 1.963 unidades gráficas, entre pinturas y grabados, de las que 915, casi la mitad, son de animales, si bien sólo se identifican con precisión 615.
Encontramos 364 representaciones de caballos, 90 de ciervos, unos pocos toros y bisontes... Lascaux atesora casi la décima parte de todas las manifestaciones gráficas paleolíticas inventariadas en Francia y, desde el principio, aspira, junto con Altamira, al título de capilla Sixtina del arte prehistórico
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